Mar 23, 2011

Cantinflas: Del Arte Del Discurso Al Discurso Del Arte


Se atribuyen a Lacan, Derrida, Deleuze et al., las bases formales de la logorrea estética contemporánea. El fárrago gramatical, las megapirámides de cartas verbales y el vudú del enredo semiológico. El Arte de no decir nada de forma grandilocuente, heróica y pomposa. La noción de que la profundidad es directamente proporcional a la confusión y de que se puede dotar del aliento de la vida a lo inerte, a la estupidez misma y a la falta de talento por medio del embrujo chamánico del lenguaje. Se atribuye a éstos brujos el haber recuperado para el lenguaje los poderes mágicos del animismo. Gracias a ellos Perico de los Palotes y Eróstrato han sido redimidos y son ahora los nuevos Demóstenes. Gracias a ellos el petimetre analfabeta se pavonea hoy como un nuevo y hermético Cagliostro que posée los sellos secretos y los talismanes de la semiótica y el Gayatri Mantra de la iluminación trascendente. Y es gracias a ellos que al sofista necesitado de fondos le aparecen dos cabezas que no se conocen entre sí: una que asume la defensa heróica y la otra la critica despiadada… del mismo tema.

No obstante, mucho antes que éstos maestros del nudo marinero del lenguaje, es el genial Cantinflas, en una de las famosas “carpas” del Mexico de los años 30, quien inaugura para el siglo XX lo que más tarde se conocerá como “discurso cantinflesco”.

Examinado sus célebres discursos creemos que no sería descabellada la tesis de que en la Sorbona, Nanterre, París VIII, L´ École des Hautes Études en Sciences Sociales y las universidades norteamericanas, existíó desde los años 50 un conocimiento de Cantinflas que pudo haber inspirado el estilo y construcción del discurso post-estructuralista y las teorías del Arte Contemporáneo. Ésto, de comprobarse, sería ni más ni menos la demostración de que la colonización cultural inversa sur-norte, el Santo Grial de la teoría contemporánea del Arte Latinoamericano, es posible. Que el laberinto retórico de la contemporaneidad estaría inspirado en el discurso cómico de un mejicano sería una estimulante señal de que la contaminación periférica de las raíces del mundo intelectual occidental es más que posible.

El inefable Carlos Monsivais nos cuenta como se dió éste momento crucial.
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“Por fin logró salir de su laberinto de retruécanos”.
Carlos Monsivais en la muerte de Cantinflas en 1993

De acuerdo a una leyenda con la que él está de acuerdo, el joven Mario Moreno, intimidado por el pánico escénico, una vez, en la Carpa Ofelia olvidó su monólogo original. Comieza a decir lo primero que le viene a la mente en una completa emancipación de palabras y frases y lo que sale es una brillante incoherencia. Los asistentes lo atacan con la sintaxis y él se da cuenta: el destino ha puesto en sus manos la característica distintiva, el estilo que es la manipulación del caos. Semanas después, se inventa el nombre que marcará la invención. Alguien, molesto por las frases sin sentido grita: “Cuánto inflas” o “en la cantina inflas”, la contracción se crea y se convierte en la prueba del bautismo que el personaje necesita.

¿Cuál es, de acuerdo a los testimonios de época, la renovación humorística y lingüística de Cantinflas que dio origen a la ideología estrictamente verbal llamada cantinflismo? Aventuro una hipótesis: él transparenta la vocación de absurdo del paria, en parte desdén y fastidio ante una lógica que lo condena y lo rechaza, y encuentra su materia prima en el disparadero de palabras, donde los complementos se extravían antes de llegar al verbo. Cada noche, en feroz competencia con charros cantores y títeres y tenores que no salen al escenario porque siguen borrachos, los movimientos ordenan el caos de los vocablos, y el cantinflismo es el doble idioma de lo que se quiere expresar y de lo que no se tiene ganas de pensar (por eso, cuando Cantinflas renuncia a la mímica, se deshace de la esencia de su sentido cómico).

Un cuerpo acelerado traduce temas urgentes: lo caro que está todo en el mercado, la chusquería involuntaria de gringos y gachupines, las bribonerías de la política, la incomprensión del acusado ante el juez, la estafa que acecha en todo diálogo entre desconocidos. Con trazos coreográficos, el cuerpo rescata sustantivos y adjetivos en pleno naufragio, y al acatar esta pedagogía, los campesinos recién emigrados, los obreros y los parias aprenden las nuevas reglas urbanas y se distancian como pueden del hecho estricto de la sobrevivencia.

A Cantinflas no lo apuntalan sus guionistas sino su don para improvisar las cosas que no se le ocurren. A la falta de recursos, Cantinflas le opone la feliz combinación de incoherencia verbal y coherencia corporal. El libera a la palabra de las ataduras lógicas, y ejemplifica la alianza precisa de frases que nada significan (ni pueden significar) con desplazamientos musculares que rectifican lo dicho por nadie. La lógica noquea al silogismo, la acumulación verbal es el arreglo (la simbiosis) entre un cuerpo en tensión boxística y un habla en busca de las tensiones que aclaren el sentido.

Carlos Monsivais

Examínese la técnica. La cabeza emprende un movimiento pendular y esquina a un enemigo invisible, los brazos se disponen a un encuentro con el aire, la expresión sardónica se ríe del mundo, las cejas se levantan como guillotinas, el choteo es igual y es distinto, no me diga, cómo no, ay qué dijo, ya se le hizo, a poco… La acústica se desliza de onomatopeya en onomatopeya y las frases detentan la coherencia interna del explícame-por-qué-ora-sí-ya-te-entendí. En el rompe y rasga verbal de la barriada, el Nonsense dispone de un significado contundente: uno dice nada para comunicar algo, uno enreda vocablos para desentrañar movimientos, uno confunde gestos con tal de expresar virtudes. Orale, arráncate con

“desde el momento en que no fui / quién era / nomás / interprete mi silencio”.
Embriágate de palabras en el laberinto donde

“cada quien por su cada lado / ya ve / pues vamos a ver / se acabó”.

Todos los diálogos de Cantinflas lo que intentan es rendir al interlocutor que, ante la incomprensión, acaba fatigado, desmayado y dispuesto a aceptar lo que el otro le diga. Es una especie de asedio sexual a través de las palabras… simplemente a fuerza de oponer un lenguaje que no va a ninguna parte ni sale de ningún lado, a un intento de racionalidad mínimo. Gozo al percibir que su fragilidad verbal se convierte en las arenas movedizas de la conversación. El habla para no decir, los demás lo escuchan para no entender.

Carlos Monsivais