El arte político colombiano es un mercado de mentiras conmovedoras. Muebles de anticuario que se venden como muebles de víctimas. Ropa y zapatos de las Pulgas que se venden como atuendo de víctimas. Artistas que se inventan un pasado familiar de lucha gaitanista y desplazamiento de violencia y machete. Trabajos de campo en zonas de conflicto que solo son un rumor creado al ritmo de una clase o una fiesta curatorial pero de los cuales no existe la más mínima prueba.
El Arte político colombiano es la apoteosis de la Recolección Apócrifa y la morralla plástica y cuenta con el hecho de que el mercado anglo, como lo suele llamar la cultura tropipop, nunca va a hacer el esfuerzo de comprobar si en realidad los objetos de la violencia lobotomizada por el Cubo Blanco son testigos del dolor y el abuso o son comprados en San Victorino. El mercado anglo no lo quiere saber como el junkie de William Burroughs no quiere saber que tan mortal es la heroína: es su religión. El terror estetizado es el vicio vernáculo del folklore anglosajón desde los celtas y nadie va a lograr quitarles esa jeringa. Ellos también son exóticos solo que nos han cargado el sambenito a nosotros. En el fondo son tribales y poseen gustos tribales aunque posean aviones robotizados que se manejan solos y amarizan si se les da la regalada gana sin avisarle al piloto. Y su fetichización política del arte lo es más que nada. Por eso no quieren pruebas. El mejor amigo de la mentira colectiva es el Tabú y es por eso que el artista político y sus procederes, aún si llegasen a ser una estafa del mercado, no deben ser examinados. El mercado de la cultura sostenido por tabúes tribales premodernos es el origen de la posmodernidad.
Asi, los artistas mas mediocres pero más astutos han comprendido que si quieren colmar su arribismo faústico deben arrastrarse lo más indignamente posible frente a la demanda de la gran Albión por más misericordia hipócrita y mas fantasias de rebelión infantilizadas. Críticos como Clayton Kirking, Marguerite Feitlowitz o Manuel Toledo han diseminado la información de que los objetos del arte político colombiano pertenecieron alguna vez a víctimas. Pero no quieren pruebas. Claro, han sido inoculados con informaciones que por su gran volumen emocional, la tinta del calamar, logran que nadie se atreva, so pena de ser señalado de fascista o envidioso, a comprobar si estamos asistiendo en verdad a un sistema de mentiras o en peor de los casos a una estafa.
Lo de Hosie pudiera bien haber sido una talentosísima acción artística sobre la falsa víctima, lo político apócrifo y lo proclive que es la sociedad del arte a inyectarse regularmente con dosis de misericordia evangélica.
Beatriz Gonzalez, la más grande artista viva en Colombia y la única artista política que nunca vio en ello una forma de lucro, no podía sustraerse porque es su naturaleza. Otra persona hubiera hecho de la carta un lingote de oro en Londres. Lo de Hosie era un excelente performance hasta que nos dimos cuenta que….¡era en serio!. Aprendió, con más aplicación que los demás artistas de exportación de Colombia, cómo habla un pobre, como habla un desplazado, como habla una lavandera. Aprendió el sollozo y lo presentó como un espectáculo mediático. Aprendió como se vende.
Nuestro artista crítico colombiano ya posee el poder suplantador del talentoso Mr. Ripley de Patricia Highsmith y con la inmunidad que le da su encanto de víctima se abre las puertas del gran mundo: “No es ni detective ni policía, sino un estafador que suplanta a sus víctimas,que no se somete a la moral establecida y crea sus propios valores. Al contrario que lo habitual, no es castigado ni atrapado por la policía e inicia un gran ascenso social.”
http://en.wikipedia.org/wiki/The_Talented_Mr._Ripley_(film)